Cascada de Minas Viejas

Le daba los últimos sorbos al café de mi termo, mientras veía por la ventana del vehículo el contrastante verde tierno de la caña de azúcar, con el verde oscuro de la espesura de la selva que serpentea el río de Minas Viejas.

Hice este viaje desde Valles con la agencia Huaxteca. Al llegar al paraje una parvada de Quila Común nos da la bienvenida, forrajean los brotes tiernos de un impresionante Orejón, son totalmente verdes, que mientras no se muevan, se dificulta distinguirlas. Aparcado el vehículo y registrados en la taquilla procedemos a bajar una pendiente, que, si bien no es demasiado larga, si te pone a imaginar el esfuerzo de regreso; pero con tan sólo escuchar el estruendo de la cascada oculta entre la densa vegetación, te incentiva a descubrirla; poco a poco vas descendiendo hasta llegar a una especie de terraza donde hay establecimientos de comida y refrescos.

En este punto, y desde un barranco, se aprecian algunos tramos del color turquesa del río. Una pareja de Loro Cachete Amarillo se posa en lo alto de una Chaca, y más abajo de ellos logro distinguir, y eso gracias a su característico sonido, a una pequeña parvada de Loro Cabeza Blanca; no soy muy grandes, algo robustos, el tono azulado de sus alas contrasta con el blanco de su cabeza, de ahí que en algunos lugares les llaman “viejitos”.

Procedemos a terminar la última escalinata que serpentea el sitio, que es húmedo y sombrío, infinidad de hongos de sombrilla se entremezclan con la hojarasca, y frente a mí revolotea una hermosa mariposa Morfo, su iridiscente azul metálico cautiva. Conforme descendemos se empieza a vislumbrar la hermosa cascada que se divide en dos caídas, ambas como de 50 metros; el agua se disgrega generando un banco de finas partículas que te llegan como brisa fresca, por lo que tengo que disparar rápido mi cámara para evitar que se humedezca el lente.

La mayor parte de la neblina generada se va hacia la margen derecha del río y humedece tanto, que musgos, helechos y rejalgares cubren, como una alfombra verde, las rocas del sitio. Decenas de mariposas amarillas y anaranjadas revolotean las orillas húmedas, buscan las preciadas sales disueltas.

Acomodo mis cosas mientras nuestro guía nos da indicaciones para ingresar a las hermosas pozas que se formaron de manera natural, pues una hilera de enormes rocas se alinea de un extremo a otro, y esto fue aprovechado para hacer un puente de madera sobre ellas que te permite ingresar a las pozas por el otro extremo.

Mientras me cambio de ropa contemplo un impresionante Ahuehuete, localmente llamado Sabino. Su tronco es enorme, tanto de altura como de grosor. Me pregunto la edad centenaria que debe tener. En el otro extremo hay otro Sabino, pero más joven, y luce maravilloso, pues atrás está la cascada, por lo que es un invitado obligado para las fotos.

El agua es fría pero reconfortante, hay un agobiante calor con alta humedad. Ingreso al agua y de espaldas me dejo llevar por la corriente. Cruzan el cielo, sobre la cascada, una parvada de Papanes o Chara Pea, su algarabía imprime un sello selvático al sitio.

Un grupo de jóvenes nadan hacia la caída de agua, y trepan una gran roca que les permite escalar un poco la pared, y de ahí saltar a la poza. Los imité, pero al llegar a la roca y trepar a ella me di cuenta que se veía como si estuviera muy alta y dije, – nomas hasta aquí, – y salté. El tiempo transcurrió sin darme cuenta, el sol fue bajando y la sombra de las paredes del cañón fueron cubriendo las pozas azuladas del lugar.

Corre un aire fresco por el cañón que te apresura a secarte y a cambiarte rápido. El vehículo nos espera arriba, e iniciamos el retorno por las escalinatas, que parecen haberse multiplicado por tres. Aún hay gente en las pozas, y una pareja de jóvenes descienden sobre una cuerda que tiende por un lado de la cascada. Me imagino la percepción de la caída del agua desde arriba, debe ser todo un espectáculo.

Al subir coincido con uno de los lugareños, y le pregunto el porqué del nombre de Minas Viejas, y me refiere que a mediados del siglo pasado operaban unas minas de fosforita a los alrededores, pero que actualmente están abandonadas.

Ya en el vehículo, y de retorno, miro por la ventana, la silueta de un Milano Cola Blanca suspendido en aire se dibuja en el rojizo brillo de un sol poniente, no es una despedida, es un hasta pronto…

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