Las Pozas de Xilitla

Me doble los pantalones a la rodilla y me metí al arroyo, el agua fría, cristalina, el piso lleno de guijarros de todos tamaños, las hojas que caían de los enormes árboles que protegen al angosto cañón parecían suspenderse en el aíre.

Las pozas, rodeadas de edificaciones caprichosas, surrealistas, le confieren al sitio una escenografía de cuento de hadas. Recuerdo que de niño mi papá nos traía a este mágico lugar, era muy poco conocido, y ni siquiera cobraban su entrada. La mayoría de los visitantes eran lugareños que venían a bañarse y a divertirse. El tiempo pasó y el sitio de las Pozas de Xilitla se proyectó por todo el mundo.

En el vehículo que hice el viaje, un joven guía turístico, de la empresa Huaxteca, nos dio una charla acerca de Edward James, excéntrico inglés que compró la finca; cuentan que, al verse rodeado de mariposas en el sitio, lo interpretó como una señal.

Su inspiración creativa lo llevó a proyectar decenas de estructuras que parecen haber sido naturales y petrificarse con el tiempo; para donde mires, la impresionante vegetación está entremezclada con una obra soñada y materializada.

Recorrí los andadores repletos distintas clases de helechos, algunos son de tipo arbóreo, crotos, orejas de elefante, árboles por doquier, cuyas ramas están cubiertas de musgos, bromelias y orquídeas. Una hermosa mariposa Punta de Fuego se posa en una cerca de otates, pero éstos son de concreto, el cual está cubierto de líquenes y musgo. A cada rincón le asignaron un nombre, así que hay la casa de los Tigrillos, la casa del Comal, la Cerca de bambúes, la casa de los Tres Pisos, entre otros.

Seguimos al guía, que nos conduce a la parte alta del arroyo, el correr del agua se escucha en las chorreras; el agua es desviada por múltiples estructuras caprichosas y recibida en otras que asemejan hojas gigantescas. Multitud de arcos bordean los senderos y las pequeñas represas del arroyo. Pilares construidos junto al barranco te dan la impresión de que sostienen las paredes del cañón.

Me siento junto a una poza simplemente a contemplar el fluir de la diáfana corriente, y un haz de luz atraviesa el denso follaje iluminando el azul turqués de las pozas. Mágico, maravilloso, enigmático, así definiría este sitio. No dejaba de disparar la cámara a toda estructura que veía, distintos ángulos, distintos efectos de la luz si te mueves, en fin, un verdadero deleite.

Me recosté en una parte baja, junto a una pequeña caída; unos niños se divertían en la poza. Recuerdos de los llamados años maravillosos vienen a mi mente, esos años de la infancia que te marcan para siempre, no sólo por evocar esos momentos de diversión, de risas y de juegos en el agua, sino porque también te recuerdan a todos los seres queridos que ya partieron, que te dieron la oportunidad de conocer, apreciar y respetar los hermosos lugares que tiene el planeta, y en particular, los de tu entorno.

Como en todo bello lugar, el tiempo corre más aprisa, el tiempo fluye como el agua. El guía nos empieza a decir que pronto emprendemos el retorno. El sol dejó de filtrarse por el follaje de los imponentes árboles de Frijolillo y la penumbra se acentúa en la angosta garganta del cañón. El canto de una Coa Violácea hace eco, miro hacia arriba y logro distinguirla fácilmente por el amarillo intenso de su vientre.

Quienes me acompañan en este viaje, aprovechan los últimos momentos de la estancia para perfeccionar sus clavados desde un alto trampolín ubicado en la poza mayor. Me subí al trampolín, pero nada más para ver como se ve la poza; la verdad que no me animo a un clavado, me da la impresión que no le voy a atinar. Así que únicamente aproveche para tomar la foto de rigor desde ahí.

Iniciamos el retorno; no muy lejos se aprecia el pueblo de Xilitla, enclavado en el macizo montañoso. Sus laderas, sombradas por Chalahuites, albergan los afamados cafetales de este sitio. Hago la promesa de regresar, visitar el pueblo, sentarme en alguna banca del jardín, frente al convento, y disfrutar de un calientito y delicioso café Xilitlense…

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